La composición étnica y religiosa de muchas sociedades modernas ha cambiado drásticamente por la modernización global. Estos cambios demográficos están teniendo un gran impacto en muchas esferas de la vida, incluyendo el lugar de trabajo, los entornos de los barrios, las escuelas y las naciones. Más que nunca, nuestras comunidades están cambiando en cuanto a su composición étnica y religiosa. Las sociedades y los individuos se enfrentan a nuevos retos al relacionarse (o a veces evitar) con personas de diferentes orígenes, credos y creencias.
Estos cambios han tenido muchos efectos positivos, como llenar importantes vacíos en el mercado laboral y desafiar la insularidad cultural. Pero también han alimentado tensiones y divisiones crecientes, ilustradas por la más reciente controversia racial de Donald Trump. La diversidad social es un problema mundial y ha contribuido a importantes acontecimientos geopolíticos, como el Brexit y la naturaleza conflictiva de la crisis europea de los refugiados.
El mundo académico ha reaccionado a estos cambios con una creciente preocupación por las implicaciones de la diversidad social. Se ha escrito mucho sobre este tema, pero una pregunta importante sigue sin respuesta: ¿son los seres humanos capaces de adaptarse a este cambio sin precedentes en la diversidad social?
La teoría sobre la evolución humana y la diversidad social sostiene en gran medida que el cerebro humano ha desarrollado una predisposición a proteger a «nuestros» propios grupos, ya que la supervivencia dependía de la cooperación con los miembros de ese grupo. La supervivencia, según este punto de vista, dependía de la protección del grupo frente a los posibles peligros que suponían otros desconocidos, a los que se acercaba con precaución. Ésta es quizá la razón por la que las investigaciones han descubierto que la confianza y la cohesión social son menores en las comunidades diversas y por la que, en los laboratorios experimentales, los individuos que interactúan con miembros desconocidos de un grupo social diferente muestran un mayor estrés y ansiedad.
Se acepta generalmente que estas predisposiciones desempeñan un papel en la formación de los grupos y en las estructuras sociales en las que vivimos. Pero creemos que podrían ser incompatibles con sociedades que cambian rápidamente, en las que las personas que viven en barrios mixtos tienen contacto con nuevas culturas, normas y valores.
La otra cara de la moneda
Sin embargo, a pesar de esta orientación hacia la protección de los grupos a los que pertenecemos, vemos que la cooperación se extiende a menudo a otros grupos. De hecho, los biólogos y antropólogos han creído durante mucho tiempo que a los humanos les ha ido mejor que a otras especies porque el contacto con «otros desconocidos» ha aportado una serie de beneficios que no pueden obtenerse mediante interacciones exclusivamente con miembros de nuestros grupos. Algunos ejemplos son el aumento de la diversidad genética debido al apareamiento intergrupal, el intercambio de conocimientos e información y el acceso a nuevos recursos.
A primera vista, la protección de nuestro propio grupo parece estar reñida con el acercamiento a grupos desconocidos, que podrían ser amigos o enemigos. Pero creemos que los humanos hacen malabares con estas dos tendencias en diferentes momentos durante la exposición a la diversidad social. Mientras que la tendencia a proteger a nuestros propios grupos puede surgir inicialmente en el primer contacto, con el tiempo, los individuos empiezan a mostrar una orientación hacia la mezcla. Al hacerlo, extraen beneficios de estas interacciones. Por estas razones, planteamos la hipótesis de que el contacto inicial resultante de la diversidad puede suponer un reto, pero que estos retos deberían superarse con el tiempo.
Para poner a prueba estas ideas, llevamos a cabo un amplio y ambicioso estudio en el que se examinaron 22 años de datos psicológicos, sociológicos y demográficos disponibles públicamente procedentes de múltiples oleadas de la Encuesta Mundial de Valores, la Encuesta Social Europea y el Barómetro Latino. En conjunto, estos tres conjuntos de datos incluían más de 338.000 encuestados en 100 países de todo el mundo.
Utilizamos estos datos para analizar los efectos a corto y largo plazo de la diversidad religiosa en la calidad de vida percibida por los individuos a lo largo del tiempo.
Las cosas buenas vienen…
Según la hipótesis planteada, los individuos reaccionan negativamente a corto plazo a los cambios en la diversidad religiosa, experimentando un descenso en su calidad de vida. Pero con el tiempo, los individuos se adaptaron a los cambios en la sociedad y empezaron a cosechar los beneficios de la diversidad, con lo que la calidad de vida volvió a los niveles iniciales.
¿Por qué ocurre esto? Para responderlo, examinamos los mecanismos psicológicos implicados en estos procesos. Descubrimos que los efectos negativos iniciales se debían a una reducción de la confianza en los demás países de su entorno, con una mayor diversidad religiosa. Pero tras un periodo de entre cuatro y ocho años, los individuos empezaron a informar de que se mezclaban con personas de diferentes orígenes, lo que mejoraba su confianza en los demás, promoviendo un impacto positivo en su calidad de vida. Es importante destacar que el efecto negativo inicial, por el que la diversidad se asociaba a una reducción de la confianza, quedó totalmente anulado por el efecto positivo de mezclarse con miembros de diferentes grupos.
Nuestras conclusiones muestran que, a pesar de la resistencia inicial, los seres humanos pueden hacer frente a los retos documentados de la diversidad. También muestran que, al centrarnos sólo en el corto plazo, podemos sacar una conclusión inexacta y pesimista sobre el impacto de la diversidad. Un aumento de la diversidad ofrece la oportunidad de que los miembros de diferentes grupos entren en contacto, se conozcan y cooperen. Y cuando esto ocurre, este efecto positivo de la diversidad supera los desafíos iniciales.