Descripción

Una encantadora versión coloreada a mano del clásico cuento de Caperucita Roja, fechada en 1810.

¿Quién escribió el cuento?

Caperucita Roja es quizás uno de los cuentos de hadas más conocidos. Como la mayoría de los cuentos europeos, sus orígenes se encuentran en una amplia tradición popular de narración oral. No se puede atribuir a ningún autor en particular. El autor francés Charles Perrault reunió estos cuentos y los publicó por primera vez en 1697. Por ello, se le considera generalmente el padre del género de los cuentos de hadas.
A principios del siglo XIX, el cuento de Caperucita Roja se había contado y recontado innumerables veces, produciendo numerosas adaptaciones. Esta última versión data de 1810 y fue publicada en Moorfields, Londres. Se cuenta en forma de poema en verso con coplas alternadas sin rima y con rima. La claridad del texto, la sencillez del lenguaje y las grandes y coloridas ilustraciones nos indican que este libro de bolsillo estaba destinado a los jóvenes lectores.

¿Ha cambiado el cuento?

Este cuento se ciñe al original de Perrault, y es dos años anterior a la versión de los hermanos Grimm. En las versiones modernas, conocemos el «final feliz», en el que Caperucita Roja y su abuela son salvadas heroicamente por un leñador. Sin embargo, en el siglo XIX los cuentos para niños daban mucho más miedo. En esta versión, el lobo engulle a la abuela a toda prisa, «sin mostaza ni pan», ¡como si fuera un trozo de queso! La última escena lo representa sombríamente haciendo lo mismo con la pequeña Biddy.

¿Cuál es el significado de la historia?

Como la mayoría de los cuentos de hadas, Caperucita Roja tiene una moraleja o advertencia en su corazón. La historia gira en torno a un depredador, «tan astuto y fuerte», que finge ser alguien que no es, y a una niña que es demasiado confiada. La moraleja del cuento es que las personas no son siempre quienes parecen ser, y que no hay que confiar en los extraños. A pesar de que Caperucita Roja se dio cuenta de que los brazos de su abuela estaban cubiertos de pelo, y de que sus orejas eran puntiagudas, confió demasiado en las astutas palabras del lobo:

‘Abuela qué brazos tan grandes,
Y tus orejas parecen tan salvajes;
Son mejores para abrazar,
y para escuchar a mi querida niña.’

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