Una de las primeras cosas que uno aprende como jefe de pelotón de infantería es que quien trata de asegurar todo con sus soldados en el campo de batalla suele acabar no asegurando nada. Desgraciadamente para la seguridad nacional de Estados Unidos, esta vieja máxima parece haber sido olvidada a nivel estratégico y político por algunas de las mentes más brillantes de Estados Unidos en la comunidad de la defensa, como se pone de manifiesto en un reciente informe.

El estudio de noviembre de 2018 Providing for the Common Defense, publicado por la Comisión de Estrategia de Defensa Nacional, un panel de expertos con mandato del Congreso dirigido por el ex subsecretario de Defensa de EE.UU. Eric Edelman y el almirante retirado de la Armada estadounidense Gary Roughead, recomienda que Estados Unidos gaste más en sus fuerzas armadas y refuerce su presencia militar global para que Washington no se enfrente a una emergencia de seguridad nacional en un periodo en el que la nación corre un «mayor riesgo que en cualquier otro momento en décadas».

La razón parece sencilla: Estados Unidos está perdiendo supuestamente la capacidad de defender a sus aliados y socios, así como sus propios intereses vitales, como resultado de un ejército debilitado. (En particular, el estudio respalda las conclusiones de la Revisión de la postura nuclear de 2018). En consecuencia, el informe impulsa un aumento del gasto en defensa, la adquisición de capacidades militares adicionales en áreas clave y un aumento general de la preparación de las fuerzas estadounidenses para hacer frente a la agresión de los competidores autoritarios China y Rusia; los estados rebeldes de Irán y Corea del Norte; y las organizaciones de amenazas transnacionales, incluidos los grupos yihadistas radicales.

El informe sugiere que Estados Unidos mantenga el rumbo, de hecho, duplique sus compromisos de defensa global, reconstruya su fuerza militar y enfrente más asertivamente a sus adversarios. En resumen, los autores del estudio cantan una vez más el canto del Día de la Marmota del establishment bipartidista de la defensa estadounidense. Aunque el estudio diagnostica una nueva realidad de competencia y conflicto entre grandes potencias, su receta para resolver la supuesta crisis de seguridad nacional es descaradamente genérica y, una vez despojada de las frases hechas habituales en este tipo de informes (por ejemplo credibilidad, conjunto del gobierno, estrategias holísticas, etc.) se puede resumir en dos palabras: más dinero.

«Los costes de no resolver la crisis de defensa y seguridad nacional de Estados Unidos no se medirán en conceptos abstractos como ‘estabilidad internacional’ y ‘orden global'», advierte el informe. «Se medirán en vidas estadounidenses, en tesoros estadounidenses y en la pérdida de seguridad y prosperidad de Estados Unidos. Será una tragedia -de magnitud imprevisible pero quizás tremenda- si Estados Unidos permite que sus intereses nacionales y su seguridad nacional se vean comprometidos por la falta de voluntad o la incapacidad de tomar decisiones difíciles y realizar las inversiones necesarias.»

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Desgraciadamente, el informe no consigue argumentar bien la existencia misma de esta presunta crisis de defensa y seguridad nacional. Tampoco ayuda de ninguna manera a «tomar decisiones difíciles» en lo que respecta al gasto en defensa, ya que la premisa básica que subyace en el análisis de las fuerzas armadas estadounidenses va más allá de un enfoque de «cuanto más grande, mejor». Además, no se analizan suficientemente las dos causas principales de esta crisis, tal y como se señala en el estudio, la Ley de Control Presupuestario (BCA) de 2011 y la falta de promulgación de créditos a tiempo, así como las múltiples amenazas que plantean los cuatro países citados anteriormente y las organizaciones de amenazas transnacionales. Dejando de lado un debate más profundo sobre la BCA y las asignaciones, basta con decir que si un presupuesto de defensa de 670.000 millones de dólares es insuficiente para «cumplir con el fin de la estrategia», como sugieren los autores, quizás sea el momento de reevaluar la estrategia.

Me gustaría centrarme brevemente en China y Rusia, las supuestas mayores amenazas para la seguridad nacional de Estados Unidos.

Por un lado, en su tratamiento de los dos países el estudio plantea la cuestión de si China y Rusia son realmente capaces de infligir una «derrota militar decisiva» a Estados Unidos. El informe no ofrece ninguna prueba convincente que respalde esta afirmación; en su lugar, incurre en una confusa inflación de amenazas. El siguiente párrafo del estudio es un ejemplo especialmente atroz de ello:

Si Estados Unidos tuviera que luchar contra Rusia en una contingencia en el Báltico o contra China en una guerra por Taiwán (…) los estadounidenses podrían sufrir una derrota militar decisiva. Estas dos naciones poseen capacidades de ataque de precisión, defensas aéreas integradas, misiles balísticos y de crucero, capacidades avanzadas de ciberguerra y antisatélite, importantes fuerzas aéreas y navales, y armas nucleares: un conjunto de capacidades avanzadas que hasta ahora sólo poseía Estados Unidos. El ejército estadounidense se enfrentaría a enormes desafíos a la hora de establecer la superioridad aérea o el control del mar y de recuperar el territorio perdido al principio del conflicto. Contra un enemigo equipado con capacidades avanzadas de antiacceso y negación de área, el desgaste de los activos de capital estadounidenses -barcos, aviones, tanques- podría ser enorme. La acumulación prolongada y deliberada de una fuerza abrumadora en el teatro de operaciones, que ha sido tradicionalmente el sello de la guerra expedicionaria estadounidense, sería mucho más difícil y costosa, si es que fuera posible. Dicho sin rodeos, el ejército de Estados Unidos podría perder la próxima guerra de Estado contra Estado que libra.

La posible derrota militar decisiva de Estados Unidos es presumiblemente el resultado del floreciente arsenal de armas modernas de China y Rusia. Se deja a la imaginación por qué, precisamente, los arsenales chino y ruso supondrían una derrota, dado que Estados Unidos sigue disfrutando de una superioridad cualitativa (y en la mayoría de los casos cuantitativa) en cada una de estas categorías en un futuro próximo. (El informe tampoco muestra cómo una derrota convencional en el Báltico o Taiwán amenazaría a la patria de Estados Unidos y desencadenaría una crisis de seguridad nacional, salvo de forma abstracta en la teoría del dominó, siempre que el conflicto no se convierta en nuclear e implique el uso de capacidades cibernéticas estratégicas.)

Los dos criterios para predecir la derrota estadounidense indicados anteriormente se basan en que Estados Unidos pierda la superioridad aérea, por un lado, y en la dificultad de reunir sus fuerzas en el teatro de operaciones, por otro. Una vez más, no hay pruebas de que éste sea el caso en caso de conflicto, dada la superioridad militar estadounidense en el aire y en la logística. Y aunque así fuera, esas dificultades serían probablemente temporales y no constituirían un revés devastador. De hecho, también parece haber confusión sobre lo que supone una derrota militar decisiva: la destrucción de las fuerzas militares estadounidenses en la región, o sólo reveses temporales, incluyendo la pérdida de la superioridad aérea y las bajas masivas. Sorprendentemente, el informe no incluye ni siquiera un tratamiento superficial de los presupuestos de defensa y capacidades militares de China y Rusia, salvo algunas generalidades. De hecho, uno se queda con la falsa impresión de que el ejército estadounidense ya ha perdido su ventaja tecnológica sobre ambos adversarios.

En resumen, el estudio revela una mentalidad claramente estadounidense, influenciada por el momento unipolar de la década de 1990 y las guerras de insurgencia de la década de 2000, en las que Estados Unidos fue capaz de librar campañas relativamente incruentas contra adversarios tecnológicamente inferiores. El resto del mundo, por su parte, dada la superioridad militar de Estados Unidos, siempre tuvo que planificar las campañas militares con el supuesto de que un conflicto militar se libraría contra un enemigo tecnológicamente superior y causaría bajas masivas. En ese sentido, el estudio es un excelente ejemplo de lo que una vez llamé la paradoja de la «brecha bélica de Estados Unidos». En el párrafo citado, los autores fracasan por completo a la hora de relacionar sus hechos con las conclusiones infladas por la amenaza del informe.

Por otra parte, el informe tampoco proporciona un marco analítico para evaluar las prioridades de los programas y la defensa de Estados Unidos. Dado que las recomendaciones generales consisten en asignar más fondos a la defensa, puntuados por reformas de la burocracia y de los procesos de adquisición, y en añadir más capacidades en prácticamente todas las categorías de las fuerzas armadas, esto no es sorprendente. En particular, uno de los colaboradores del informe, Andrew Krepinevich, ofreció su crítica personal al respecto en una sección del apéndice, utilizando como ejemplo una discusión sobre los futuros requisitos de las fuerzas estadounidenses en la región Indo-Pacífica: «Aparte de afirmar lo obvio -es mejor tener más capacidad militar que menos- no se presenta ningún apoyo analítico sobre por qué estas fuerzas y capacidades concretas merecen más prioridad que otras»

Por último, el informe tampoco ofrece un análisis de por qué la disuasión convencional en el caso de China y Rusia no se mantendría y qué supondría precisamente su justificación estratégica para apoderarse del Báltico y cerrar el Mar de China Meridional al tráfico marítimo internacional (por ejemplo). Como escribió John Mearsheimer en la década de 1980, si una de las partes piensa que tiene la capacidad de lanzar una operación militar al estilo Blitzkrieg y lograr una rápida victoria militar sin tener que temer represalias masivas, es probable que la disuasión convencional fracase. Sin embargo, no hay prácticamente ningún indicio en el pensamiento estratégico chino o ruso que sugiera que los responsables políticos de ninguno de los dos países piensen que sus ejércitos serían capaces de lograr una rápida victoria militar sobre Estados Unidos. Por tanto, no está claro cómo los dos países podrían desencadenar una tragedia nacional de «imprevisible» y «tremenda magnitud», a menos que el conflicto se vuelva nuclear, en cuyo caso, ganar o perder se convertirían en términos abstractos carentes de significado.

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