«El cambio de reina ha funcionado: hay larvas en el panal de cría», dice entusiasmado Lionel Garnery, mientras sostiene un marco cubierto de abejas obreras. Los diminutos puntos blancos en el fondo de las celdas confirman que la nueva reina de la colmena ha empezado a poner huevos. Estamos en el Conservatorio de la Abeja Negra1, en el bosque de Rambouillet, Francia. En este «pequeño rincón del paraíso a una hora de París», repleto de abedules, brezos en flor y helechos de los que se alimentan las abejas en estos últimos días del verano, un investigador especializado en la genética de las poblaciones de abejas del laboratorio EGCE2 ha instalado unas 40 colmenas. El objetivo, como el de la veintena de otros conservatorios repartidos por toda Francia, es claro: garantizar la supervivencia de la abeja negra, la abeja melífera domesticada de Europa occidental. En efecto, Apis mellifera mellifera, para darle su nombre científico, está realmente en peligro de extinción.
«En los últimos 20 años, la producción de miel en Francia se ha reducido a la mitad», afirma Vincent Bretagnolle, ecologista del CEBC,3 con sede en el oeste de Francia. Esto forma parte de un descenso masivo de las poblaciones de abejas melíferas en todo el mundo desarrollado, desde Estados Unidos hasta Europa y Australia. El preocupante fenómeno conocido como «Trastorno de Colapso de las Colonias» (CCD) se documentó por primera vez en Estados Unidos a principios de la década de 1990. En 1995 se produjo en Francia y algunos apicultores sufrieron pérdidas de hasta el 90%, muy por encima de las tasas de mortalidad de las colonias de abejas, que oscilan entre el 5 y el 10%.
El colapso de las poblaciones de abejas, tanto domésticas como silvestres, tiene consecuencias de largo alcance. Al polinizar las plantas en flor, las abejas forrajeras aseguran la reproducción de muchas especies vegetales. Nada menos que un tercio de los cultivos alimentarios del mundo dependen de esa polinización, sin la cual no habría tomates, calabacines, fresas o manzanas, por ejemplo. ¿El valor total del servicio medioambiental prestado por las abejas? 153.000 millones de euros en todo el mundo, estima el Instituto de Investigación Agronómica (Inra) de Francia.4
Prácticas agrícolas perjudiciales
En la década de 1990, los apicultores comenzaron a sospechar de una nueva clase de insecticidas para cultivos, los neonicotinoides. Estas sustancias, desarrolladas en la década de 1980, son potentes agentes neurotóxicos que actúan directamente sobre el sistema nervioso central de las plagas de los cultivos. «A diferencia de las generaciones anteriores de plaguicidas, los neonicotinoides no sólo se distribuyen en las plantas propiamente dichas, sino que pueden recubrir directamente las semillas», explica Axel Decourtye, ecotoxicólogo y director del Instituto de Apicultura de Francia.5 «Son insecticidas sistémicos que se abren paso en todos los tejidos de las plantas, incluidos el polen y el néctar de las flores.»
Los efectos sobre las abejas fueron demostrados muy rápidamente por los investigadores: en dosis elevadas, los neonicotinoides matan a las abejas, mientras que en dosis más bajas, deterioran las capacidades cognitivas de las abejas que forrajean, haciéndolas incapaces de encontrar el camino de vuelta a la colmena. En 2013, una moratoria europea suspendió el uso de neonicotinoides en cuatro de los cultivos polinizados por las abejas: colza, girasol, maíz y algodón. Otros cereales, como el trigo en particular, son polinizados únicamente por el viento. Sin embargo, estas prohibiciones selectivas -que actualmente sólo se aplican en Europa- podrían no ser suficientes para frenar el declive de las poblaciones de abejas. «En 2012, un estudio realizado en los campos de nuestra zona de observación en Chizé6 descubrió que el néctar de la colza contenía trazas de imidacloprid, un neonicotinoide normalmente utilizado en el trigo», explica Bretagnolle. «De hecho, ¡había procedido de cereales cultivados allí en años anteriores!».
Y hay una explicación sencilla: «estos potentes insecticidas tienen una fuerte afinidad por el agua y se caracterizan por su persistencia a largo plazo en el medio ambiente», explica Decourtye. Alertado de la situación por los estudios de los investigadores, y tras un intenso debate, en julio de 2016, en el marco de la ley de biodiversidad, el Parlamento francés votó la prohibición total de los neonicotinoides en Francia a partir de 2018.
Si bien esta medida constituye una victoria para los apicultores y numerosos investigadores estos últimos mantienen la cautela sobre los resultados de esta nueva legislación. «Los políticos no deben imaginar que han resuelto el problema de las abejas de un plumazo», advierte David Biron, parasitólogo del LMGE.7 «Las causas del declive van mucho más allá del uso de neonicotinoides en los cultivos. Las investigaciones en curso dan cada vez más peso a la hipótesis de un estrés múltiple resultante de la combinación de varios factores».
«La agricultura intensiva, la simplificación del paisaje agrícola y la llegada de patógenos especialmente virulentos, así como las nuevas prácticas de los apicultores, debilitan a las abejas y contribuyen a los daños observados en las colonias de abejas», afirma Bretagnolle. La investigadora vigila con el Inra varias decenas de colmenas en la zona de Chizé, y desde hace varios años intenta convencer a los agricultores de que dejen de erradicar sistemáticamente las malas hierbas. No sólo se hace principalmente mediante el uso masivo de herbicidas, sino que entre ellas crecen flores de prado (amapolas y campanillas, por ejemplo) que son especialmente atractivas para las abejas. Entre la floración de la colza en primavera y la del girasol a finales de julio, las abejas no tienen nada que cosechar y sus fuentes de alimento quedan muy reducidas durante varias semanas. Este agotamiento de los nutrientes se ve agravado por la desaparición de los setos de espino y de los prados en los que florecen la alfalfa y la esparceta.
«Para mantener vivas a sus abejas, cada vez más apicultores las alimentan con sacos de jarabe de azúcar, algo impensable para unas criaturas supuestamente autosuficientes», señala Bretagnolle, que también señala el uso cada vez más extendido de la trashumancia entre los grandes apicultores. «Siguen los ciclos de floración de los cultivos y trasladan sus colmenas entre el sur y el norte de Francia y hacia las montañas. Evidentemente, esta práctica no está exenta de problemas, como la posible propagación de enfermedades»
En las noticias recientes, el avispón de patas amarillas -o asiático-, introducido accidentalmente en 2004 (ver nuestro vídeo), se ha convertido en una verdadera amenaza para las ya debilitadas colonias del sureste de Francia. Sin embargo, desde hace varias décadas, las abejas se han enfrentado sobre todo a patógenos extremadamente virulentos, la mayoría de los cuales han sido importados por accidente. Entre ellos se encuentran las bacterias responsables de la cría fétida europea y americana,8 los microsporidios (hongos microscópicos) como Nosema ceranae y Nosema apis que provocan diarreas agudas potencialmente mortales para las abejas, pero también, y sobre todo, el patógeno más temido por los apicultores: el ácaro Varroa, que llegó de Asia en los años 70. «Este parásito, vector de numerosos virus, se adhiere a las abejas y perfora su piel para alimentarse de la hemolinfa (el equivalente sanguíneo de los insectos)», explica Biron. «Uno de los virus transmitidos por este ácaro, el CBPV (virus de la parálisis crónica de las abejas), provoca temblores que en ocasiones los apicultores confunden con los efectos de los neonicotinoides». También se han demostrado efectos sinérgicos fatales entre patógenos e insecticidas: así, la infección por Nosema ceranae duplica la tasa de mortalidad entre las abejas expuestas a dosis bajas de insecticidas normalmente consideradas no letales.
Importación problemática de reinas
Una última explicación del aumento de la fragilidad de las colonias es la importación masiva de reinas de otras subespecies.9 «A partir de 1995, ante la insuficiencia de reinas de abeja negra criadas localmente, los apicultores franceses se dirigieron masivamente a países como Italia y Grecia, donde verdaderas «fábricas de reinas» producen hasta 100.000 individuos al año», explica Garnery. Sin embargo, el problema es que, además de ser portadoras de patógenos desconocidos para las abejas negras, estas reinas procedentes de subespecies originarias de Italia (Ligustica), Grecia (Cecropia y Carnica) o del Cáucaso (Apis mellifera caucasica), están mal adaptadas a los ecosistemas de Francia, como los tipos de flores disponibles, los ciclos de floración, el clima, etc. «Estas reinas ponen en enero y febrero, en una época en la que no hay fuentes de alimento disponibles en nuestras latitudes septentrionales», añade Garnery. «Para que las obreras nacidas de estos huevos no mueran de inanición, hay que mantenerlas artificialmente con azúcar, lo que interfiere en el funcionamiento de la selección natural, impidiendo así que se adapten a su nuevo entorno.»
Otro gran problema es que estas importaciones masivas provocan un escaso control de los acervos genéticos, con el consiguiente riesgo de contaminación del genoma de la abeja negra, que hasta ahora es el tipo de abeja mejor adaptado a las condiciones de Francia. «Tenemos muy poco control sobre la genética de las abejas», continúa Garnery. «Aunque sólo hay una reina por colmena, de la que descienden todas las obreras, es fecundada por entre 15 y 20 machos a la vez. En estas condiciones, es difícil asegurar la selección, en contraste con las plantas y los animales domésticos, por ejemplo.»
En consecuencia, los apicultores ya no están seguros de si sus colmenas contienen abejas negras, abejas italianas, abejas griegas o híbridos de varias especies. «Por eso es esencial garantizar la conservación y el desarrollo sostenible de cada subespecie de abeja melífera, y de las abejas negras en particular», concluye Garnery. Además de las medidas de conservación, el investigador llega a sugerir que los conservatorios franceses de abejas negras produzcan reinas a una escala lo más cercana posible a la «industrial», trabajando de la mano, por ejemplo, de los apicultores profesionales para ofrecer a los franceses una alternativa a las reinas italianas y griegas, y contribuir así activamente a invertir la suerte de las colonias de abejas de Francia.
- 1. Conservatoire de l’abeille noire d’Île-de-France. www.abeille-noire.org
- 2. Laboratoire évolution génomes comportement écologie (CNRS / Université Paris-Saclay / IRD).
- 3. Centre d’études biologique de Chizé.
- 4. Institut national de la recherche agronomique.
- 5. Institut technique et scientifique de l’état. Institut Technique et Scientifique de l’Apiculture et de la Pollinisation-Institut de l’abeille.
- 6. La «Plaine & Val de Sèvre» es una llanura cerealista situada al sur de Niort. Alberga unas 450 explotaciones y su objetivo es estudiar la relación entre la agricultura y la biodiversidad.
- 7. Laboratoire Microorganismes : Génome et Environnement (CNRS / Université d’Auvergne / Université Blaise-Pascal).
- 8. En Francia, los focos de cría fétida americana deben ser declarados a las autoridades y la colmena entera destruida.
- 9. La especie de abeja melífera, Apis mellifera, comprende 26 subespecies, entre las que se encuentran las abejas negras (Apis mellifera mellifera) que pueblan la zona desde los Pirineos hasta Escandinavia, así como las abejas italianas, las griegas, varios tipos de abejas africanas y las orientales (Oriente Medio), entre otras.