Para que un robot pueda imitar las acciones de un ser humano, tiene que ser capaz de realizar tres tareas fundamentales. En primer lugar, debe ser consciente del mundo que le rodea, al igual que los humanos obtenemos información sobre el mundo a través de nuestros cinco sentidos. En segundo lugar, el robot debe «saber» de algún modo lo que tiene que hacer. Una forma de obtener ese conocimiento es que un humano prepare un conjunto de instrucciones que luego se implanten en el «cerebro» del robot. Otra posibilidad es que sea capaz de analizar e interpretar los datos que ha recibido de sus sentidos y, a continuación, tomar una decisión basada en esos datos sobre cómo debe reaccionar. En tercer lugar, el robot debe ser capaz de actuar según las instrucciones o los datos que ha recibido.
No todos los robots tienen todas estas funciones. Por ejemplo, algunos de los primeros robots «para divertirse», como el muñeco de Jacquet-Droz y el escribiente, «sabían» qué hacer gracias a las instrucciones que les habían programado sus inventores. Los inventores también dotaron a sus juguetes de los medios mecánicos con los que llevar a cabo sus instrucciones: brazos, dedos, torsos, ojos y otras partes del cuerpo que podían moverse de formas específicas.