En 1959, Paul se casó con Glenda Garland (nacida en 1941) también de Toccoa. Glenda compartía el sueño de Paul y fue el catalizador que necesitaba para poner en marcha el Hogar Juvenil. En 1961, los Anderson abrieron las puertas del Hogar Juvenil Paul Anderson en Vidalia, Georgia.
Paul hizo más de 500 apariciones públicas al año para apoyar el Hogar. Hacía una demostración de levantamiento de pesas y compartía su fe cristiana y su amor por América con la multitud. Paul mantenía a la multitud casi hechizada con su voz retumbante y su agudo e inteligente ingenio. Sus hazañas de fuerza ponían al público en pie y su mensaje cambiaba muchos corazones.
Mientras Paul viajaba por el país recaudando dinero para el Hogar Juvenil Paul Anderson, Glenda cuidaba de los residentes del Hogar Juvenil. En 1966, Paul y Glenda dieron la bienvenida al mundo a su única hija, Paula Dean Anderson. Paula y su marido, Edward Schaefer, tienen tres hijos, Paul Anderson Schaefer (nacido en 1996), Spencer Edward Schaefer (nacido en 2000) y Garland Dean Schaefer (nacido en 2000).
La visión original de Paul y Glenda para el Hogar Juvenil Paul Anderson sigue siendo la misma: el Hogar trabaja con jóvenes que, de otro modo, serían encarcelados. A los jóvenes se les enseña, ante todo, la gracia salvadora y el amor perdurable de Jesucristo. El Hogar Juvenil Paul Anderson, situado en un campus de 50 acres, ofrece a sus estudiantes la oportunidad de completar su educación en la escuela secundaria acreditada del Hogar, que prepara más que adecuadamente a los jóvenes para la universidad, la escuela de formación profesional o una carrera en el ejército. Paul creía que si un chico con problemas aprendía a amarse a sí mismo en lugar de atacar a los demás, podría ayudar a otros. Y Paul Anderson también se esforzaba por inculcar en cada niño una fuerte ética de trabajo.
A principios de la década de 1980, los riñones de Paul, que habían sido gravemente dañados por su combate infantil con la enfermedad de Bright, le fallaron. Su hermana, Dorothy Anderson Johnson, le donó desinteresadamente uno de sus riñones en 1983. Este inestimable regalo dio a toda la familia Anderson muchos años más para compartir con su querido Paul.
Paul contaba a menudo una historia sobre cómo un gran piloto de carreras ganó una vez una carrera incluso cuando conducía un automóvil ligeramente averiado. Paul relataba que no era el vehículo el que ganaba la carrera; lo que importaba era el conductor que llevaba dentro. Paul lo demostró a altas horas de la madrugada en los Juegos Olímpicos y todos los días de su vida. Paul Anderson demostró que su verdadera fuerza no era su fuerza física sino su verdadera fuerza espiritual, que se encontraba en Jesucristo.